La Fórmula 1 se enfrenta a un período convulso. València, con el Gran Circo como protagonista, ya vivió una época de crisis de la que salió reinventándose, no sin sufrimiento.

Cualquier período convulso de la historia humana contiene una dosis de catarsis necesaria para su renacimiento. El Coronavirus ha traído a la Fórmula 1 la necesidad de replantearse conceptos y planes a medio y largo plazo, sin ir más lejos, en términos de reglamentación. El techo presupuestario, otrora caballo de batalla entre equipos, es ahora el bálsamo para más de media parrilla, y entre los grandes, una oportunidad para explorar otras disciplinas.

Una carrera de Fórmula 3 disputada en ÍmolaLas cancelaciones de algunos Grandes Premios han llevado a la categoría a tener que buscar alternativas para completar el calendario. De repente aparecen en el radar circuitos como Ímola o Mugello, pistas como el Red Bull Ring o Silverstone celebrarán dos citas, mientras otros emplazamientos buscan una oportunidad para mostrar sus credenciales al gran circo. Todo ello me ha hecho recordar aquellos días en los que fuimos los mejores, como decía Loquillo.

Como alicantino y valenciano que soy, además de aficionado de la Fórmula 1, haber tenido en mi tierra un Gran Premio como el celebrado en València entre 2008 y 2012 fue motivo de orgullo. Con Fernando Alonso como abanderado, veía que en la capital autonómica disfrutábamos de lo mismo que tenían en Spa, Monza o Mónaco. Una locura para un chaval como yo, con 17 añitos por aquel entonces.

La lástima fue la realidad. Del sueño pasamos a la pesadilla cuando nos explotó una crisis económica, que si fue brutal a escala mundial, golpeó aún más de lleno en la vida de los valencianos. El icono de grandeza de los políticos valencianos, que buscaban robar cierto protagonismo a otros focos de atención como Montmeló, se derrumbó entre las cenizas de aquella gran relación que unió a la Generalitat con Bernie Ecclestone. Así somos los valencianos, con el fuego como enseña.

El fracaso del Circuit de València nos enseñó a no abarcar más de la cuenta, a lo Toto Wolff (Mercedes), pensativo durante un Gran Premioesencial que supone el principio de estabilidad. Los Mundiales de 25 carreras están muy bien de cara al aficionado, pero llegamos a un punto de estrés personal y financiero casi asfixiante. Las necesidades presupuestarias chocan de pleno contra la realidad de un mundo que se nos revela austero, hoy más que nunca. La pandemia va a reordenar prioridades a nivel mundial, y en eso los valencianos tenemos mucho camino recorrido.

De la ilusión de 2008 pasamos al fin de fiesta de 2012 en València, con Alonso en plan héroe remontando hasta la victoria, y con el último podio de Schumacher. Fue el último baile en la última sala abierta de la Ruta Destroy, como si hiciésemos un homenaje a la edad de oro de la música valenciana de los años noventa. Bajábamos el telón de la Fórmula 1 en una tierra en la que, por aquellos años, peleábamos más por el futuro que por los flashes. El que escribe combinaba empleo precario con educación no menos precaria. Aprendimos a las malas.

La supervivencia de la Fórmula 1 pasa por la responsabilidad de sus gestores e integrantes. De nada sirven las presiones políticas de los grandes, en un intento de mantenerse al frente de la categoría, si no hay categoría. Es por eso que los Ferrari, Mercedes y Red Bull deben mirar a la segunda parte de la parrilla para garantizarse la supervivencia. Tan necesarios son los vencedores como aquellos destinados a ser los últimos, como siempre ha pasado en F1, y espero, siempre pasará.