Lewis Hamilton es ya uno de los grandes nombres de la historia de la Fórmula 1. Superar el mareante récord de Michael Schumacher, todo y a disfrutar del mejor coche de la parrilla, le confirma como un nombre que perdurará a través del tiempo. En este sentido, tanto el alemán como el británico han tenido que cargar con la canción de haber conseguido sus triunfos en base a la dominación ejercida por sus equipos.
No entender que los mejores pilotos se merecen los mejores asientos de la F1 es no entender la categoría. Schumacher sudó tinta china en 1994 para lograr su primer entorchado, con un motor menos potente que el de sus rivales, y con la eterna sospecha de la legalidad de su Benetton. Hamilton por su parte, llegó a la Fórmula 1 a un McLaren que sí, era competitivo, pero en el que tenía de vecino de box a un doble campeón del mundo como Fernando Alonso, al que por cierto, acabó doblegando, quedando a un punto del título en su debut.
El inglés llegó al Gran Circo de la mano de un Ron Dennis al que le debe todo. Desde
el karting hasta las Fórmulas de promoción, el gran hombre de McLaren cobijó bajo su ala a un joven de Stevenage, acunado en el seno de una familia de clase media. Un privilegiado por su talento, que no por su billetera. De ahí a decir que ha sido el primer campeón de la clase obrera, como espetó Hamilton, hay un paso. Un trecho que se convierte en falta de respeto si nombramos apellidos como el de Mansell o trayectorias como la de Frank Williams.
Disfrutar de un Mercedes que domina con mano de hierro la Fórmula 1 no empequeñece los números de Hamilton. Ni si quiera no contar con un rival a su altura. No hay que olvidar que Schumacher compartió equipo con Irvine, Barrichello o Massa. Que en su día Prost y Senna hicieron lo que hicieron para disfrutar de cierta tranquilidad en casa, o que el propio Alonso prefirió abandonar McLaren para no tener al enemigo por vecino. El capítulo Rosberg enseñó mucho tanto al británico como a su equipo, una lección que tarde o temprano todos aprenden en este despiadado deporte.
Hamilton ha construido una trayectoria deportiva en Fórmula 1 repleta de gloria, y por alguna razón, ahora quiere agregar un ingrediente de épica a lo ya logrado. Últimamente se le ve abandonando el coche tras las carreras como si estuviese agotado, algo parecido a lo que hacía Mansell con cierta sorna en alguna ocasión. Sus declaraciones contienen mensajes de dificultad que contrastan con las diferencias conseguidas en pista, casi siempre, contra un segundo clasificado encarnado en su compañero de equipo. Esa modestia mal entendida tiende a ser un peligro para deportistas ganadores de alto nivel. Y lo peor es que no lo necesita.
En los últimos años hemos asistido a la transformación de un personaje que ha abrazado lo místico, y que pretender abanderar causas justas allá por donde va. Lo mucho cansa, y lo poco agrada, que diría el sabio refranero. Me queda por ver esa apasionada defensa de los derechos civiles en países del Golfo Pérsico que albergan grandes premios. Muchos aplaudiríamos un gesto tan valiente como arriesgado, ya que los intereses económicos pesan sobremanera en un mundo como el de la Fórmula 1.
El futuro dirá si Hamilton se propone superar el récord de títulos de Fórmula 1 en poder de Schumacher, o si pone sus miras en otros retos. Si lo logra, poco más tendrá que romper en un mundo que ha dominado a placer los últimos trece años. A partir de ahí, con un personaje como el británico, el futuro es poco menos que un misterio. Eso sí, ninguna duda me cabe que allá donde compita, intentará siempre ser el mejor.