Lewis Hamilton ha cargado contra los comisarios del Gran Premio de Rusia por la sanción que le alejó de la victoria. Aún así, camina con paso firme hacia el campeonato, sin tener que preocuparse por los puntos de su superlicencia.
Pocos fines de semana amargos tiene Lewis Hamilton, pero desde luego el pasado en Rusia no fue el más dulce. La sanción que acarreó diez segundos de penalización al británico y dos puntos en su superlicencia (posteriormente no restados) ha levantado polémica. El de Stevenage declaró cierta persecución de la FIA, acusando a los comisarios de querer pararle.
Los hechos son claros. Hamilton practicó hasta por dos en veces la salida fuera del lugar habilitado para ello, lo que para los comisarios fue motivo suficiente para la sanción. Mercedes aclaró tras la carrera que había sido responsabilidad del equipo, por lo que acabó siendo conmutada la quita de dos puntos de la licencia del británico por una multa económica al equipo.
Hasta aquí todo claro, y de hecho, para más señas tenemos el minucioso artículo de motorlat.com donde explican con pelos y señales lo sucedido, amén de comparar lo sucedido con una situación similar ocurrida con Leclerc en Spa. Ahora bien, ¿qué necesidad tiene Lewis Hamilton de erigirse en perseguido por la organización de un campeonato que, todos sabemos, va a ganar de calle?
Lewis Hamilton ha disfrutado desde el inicio de la era híbrida de un coche superior. Solo Nico Rosberg en 2016 ha sido capaz, con su mismo monoplaza, de romper el monopolio del británico desde 2014. Esta situación puede dar a entender a propios y extraños que el seis veces campeón del mundo gana la carreras con la mano sobre la ventanilla, y precisamente contra este mantra se intenta pelear desde la marca de la estrella con declaraciones en busca de dar valor a un trabajo, que sin duda, ha sido satisfactorio.
Esta política de comunicación que busca reforzar la imagen atlética de los pilotos es innecesaria, y por lo tanto, las teorías acerca de una persecución tienen menos sentido aún. En un deporte tan altamente tecnificado, y más desde el cambio de reglas, el peso de la ingeniería y de acertar con el reglamento técnico es muy superior al aporte de los conductores. Sin que ellos sobren, claro está.
Mercedes y Hamilton corren el riesgo de convertirse en iconos no del todo simpáticos para los aficionados por este tipo de comportamientos, pese a la labor realizada en redes sociales, que es más que sobresaliente. Más si tenemos en cuenta el hecho que envuelve a su principal rival estas últimas temporadas. Ferrari ha sido apeado de la pelea por ganar tras una investigación que declaraba ilegal su motor, viéndose abocada la Scuderia a pelear en la zona media. Vamos, que no están para quejas.
Otras épocas sí nos han dejado actitudes de la FIA en este sentido. Mucho podría
hablar Ecclestone del Brabham BT46, también en Benetton tendrían sus más y sus menos acerca de la temporada 1994 o Renault con el mass damper. En todos estos casos se buscaba equilibrar de manera poco sutil a los equipos en la pelea por el campeonato, pero vamos, no andaban liando con sanciones de diez segundos los comisarios y mandamases de turno.
La historia de la F1 no ha conocido jamás un tiempo de tanta implicación con un piloto como el caso de Hamilton durante este 2020, a pesar de su sanción en Rusia. Causas justas bien defendidas, en exceso según algunos, pero que demuestran un compromiso de los jefes con sus empleados. Todo en busca de mejorar la imagen de la categoría, otrora manchada por injerencias deportivas. Probablemente este sea el tipo de patios donde juega ocioso el diablo.