El Gran Premio de Bahrein de Fórmula 1 nos dejó una estampa propia de otra época. El accidente de Grosjean puso de manifiesto la importancia de la seguridad, su investigación y aplicación al automóvil. Las carreras han aportado casi un siglo de experiencia a una causa que salva vidas.
El accidente de Grosjean el pasado domingo se encargó de recordarnos lo duro y peligroso que es el automovilismo. Todos damos por hecho que la Fórmula 1 es la cúspide de las carreras a motor, y si lo es por visibilidad, velocidad y talento de sus integrantes, también es la Meca de las cuatro ruedas por sus altos índices de seguridad. La categoría ha sido siempre una referencia en cuanto avances para proteger la vida de pilotos, y también de conductores.
Para comprender el camino recorrido hasta la actualidad, solo hay que ver con que vehículos se competía en los inicios de la Fórmula 1. Los monoplazas de aquella época son lo más parecido a instalar neumáticos a una bañera, por no hacer una comparación más cruda y lúgubre. Un casco al más puro estilo Segunda Guerra Mundial, unos guantes de cuero y su chaqueta a juego, solían completar el outfit de un puñado de valientes que esquivaban la muerte entre balas de paja y accidentes mortales de necesidad.
Mucho ha llovido desde la época de Fangio, y demasiados se han quedado por el camino. Mitos como Ayrton Senna, Gilles Villeneuve o Ronnie Peterson encarnan los diferentes motivos por los que un piloto puede dejarse la vida en el asfalto, y todos aquellos condicionantes pudieron darse en el accidente de Grosjean. Ni la tremenda deceleración (a 221kph), ni el hecho de que el chasis se partiese en dos, ni si quiera la bola de fuego en la que se convirtió el monoplaza, ya destruido, nos priva de contar entre nosotros al bueno de Grosjean. Unido, eso sí, a la rápida asistencia de los integrantes del coche médico.
Las evoluciones en el monocasco, la durabilidad de la célula de supervivencia del monoplaza, ha permitido salvar vidas como la de Robert Kubica en Canadá 2007, la de Alonso en Brasil 2003 o Australia 2016, y de nuevo en Bahrein esta misma semana. Ello, unido a la importancia del Halo, que salvó la cabeza de Grosjean del golpe con el guardarraíl, salvó el primer contratiempo del accidente. De las llamaradas se ocuparon las telas ignífugas que visten a todo piloto de la máxima categoría. Más de veinte segundos en un infierno del que el piloto salió por su propio pie, gracias al pasillo originado por los asistentes de pista con los extintores. Protocolo y tecnología conjuntados para salvar vidas.
Por desgracia, y a pesar de haber recorrido un largo y triste camino, aún queda mucho trecho por recorrer. Lo ocurrido en Spa-Francorchamps el pasado año, en el accidente que involucró a Antoine Hubert y Juan Manuel Correa nos recuerda, que a pesar de todos los avances, aún quedan brechas por salvar. Es por eso que no se pueden permitir actuaciones como la entrada de grúas en escapatorias mientras los coches pasan a escasos metros. Lo vimos en Turquía durante la jornada del sábado, y en la misma carrera de Bahrein. También hay que avanzar en la mayor presencia de barreras TecPro. Un guardarraíl o un muro de hormigón tienen que ser rara vez una opción.
Esta vez la historia ha tenido final feliz. Unas quemaduras, un tobillo un poco contusionado, y el piloto recuperándose a buen ritmo en el hospital. No siempre ocurre así. El comentado caso reciente de Hubert y Correa, o el accidente de Robert Wickens en IndyCar, nos recuerda lo complicado y peligroso que es pilotar un monoplaza de estas características, siendo ellos pilotos de reconocido prestigio. Aún así, no todo el mundo vale, y tampoco es recibo cualquier maniobra dentro de la pista.
El complicado equilibrio entre espectáculo y seguridad es un compromiso que recae sobre los hombros de personas como Michael Masi, Alan van der Merwe o Ian Roberts, siendo claves estos dos últimos en el rescate de Grosjean. Son tres nombres que recogen el camino de otros como Sid Watkins o Charlie Whithig, o de pilotos extremadamente comprometidos con la seguridad como Jackie Stewart. Ellos son el hilo conductor de un camino recorrido durante setenta años, con el objetivo de que una vida humana no acabe en un parpadeo.