En 2015, la IndyCar disputó en Fontana una de las carreras más espectaculares de la historia del automovilismo. En una oda a la IndyCar de principios de siglo, las 500 Millas de California fueron un espectáculo irrepetible, difícil de imaginar en la Indy actual.
27 de junio de 2015. El óvalo de Fontana, en California se preparaba para la que sería su última carrera de IndyCar hasta el momento. El mítico Superspeedway había acogido el final del campeonato entre 2012 y 2014 y, tras una importante caída en la asistencia al circuito, el evento se movió a junio y pasó a ser diurno.
Este cambio no hizo sino hundir definitivamente la prueba. No obstante, y pese a la irrisoria asistencia de 5.000 espectadores, aproximadamente, los pilotos de la IndyCar dieron a esa minoría agrupada en el circuito un espectáculo que jamás olvidarán.
Desde una perspectiva personal, esta carrera fue la segunda de Indy que vi desde las 500 Millas de Indianapolis de ese mismo año. Si bien la segunda victoria de Juan Pablo Montoya en el Brickyard ya fue motivo suficiente para adquirir interés por la categoría, fue la carrera en Fontana la que me hizo ver que la IndyCar y los óvalos tenían algo especial y único; imposible de encontrar en otros campeonatos.
La carrera, pese a sus casi 3 horas de duración, se hace corta. Nada más ondear la bandera verde los pilotos empezaron a escribir la épica historia de esta carrera. Adelantamientos al límite, rodaje en grupo, duelos con hasta 3 y 4 coches en paralelo, 80 cambios de líder (récord histórico del campeonato), etc. Es imposible destacar algún momento en concreto, porque constantemente había acción en pista y algo sucedía.
Contrariamente a lo que se podría pensar, fue una carrera relativamente limpia, especialmente al principio. Con 500 millas de duración y 250 vueltas, la primera bandera amarilla se mostró en la 136, ya superado el ecuador de la prueba. Hélio Castroneves, que había rodado en los puestos de cabeza hasta entonces, fue la primera víctima de una carrera que se tomaba su primer respiro.
Un desafortunado toque entre los compañeros del Carpenter Fisher Hartman Racing, Ed Carpenter y Josef Newgarden, causaría la segunda interrupción poco después de que ondeara la verde. Con tan solo tres coches fuera, la situación era la misma en cabeza, y nadie aflojaba. Fue hacia los compases finales cuando Graham Rahal, que se había mantenido a la espera, en la zona media del grupo, comenzaba a emerger.
El piloto de Ohio completó un final de carrera brillante y, pese a un incidente con la manguera de gasolina en una de sus paradas, ganó la carrera. Las últimas 50 vueltas fueron, si cabe, el mejor momento de la carrera. La poca paciencia que habían tenido los pilotos se desvaneció por completo y cada centímetro podía valer una posición, pero también podía suponer acabar contra el muro.
El desastre pudo haber llegado, fácilmente, en cada vuelta, pero no fue hasta las 10 últimas cuando se produjo un nuevo accidente. Takuma Sato perdió el control de su coche al tocarse con Scott Dixon y acabó golpeando a Will Power. Fue un accidente fuerte, del que afortunadamente salieron ambos ilesos, y que provocó una bandera roja con el objetivo de que se pudieran dar más vueltas de verde.
Entonces, Rahal ya era líder, y no cedería esa posición hasta el final. Llegada la última vuelta, la carrera terminó de manera abrupta con un espeluznante choque entre Ryan Hunter-Reay y Ryan Briscoe, en el que el piloto de SPM vio como su coche se despegaba del suelo a 340 Km/h y golpeaba violentamente la hierba al caer.
Para Rahal, esta era su segunda victoria en la categoría y la primera desde 2008. El piloto de RLL comenzaría aquí el mejor momento de su carrera, ya que luchó por el título a final de temporada y tuvo dos años buenos más, ganando al menos una carrera tanto en 2016 como en 2017. También fue el último podio, por ahora, para un Marco Andretti que fue tercero.
La IndyCar despediría la Triple Corona (tres eventos de 500 millas en óvalos por año) con una trágica carrera en Pocono, en la que un desafortunado incidente le costó la vida a Justin Wilson. Tras cuestionarse la seguridad del circuito y, también, debido a la caída en picado de la asistencia, Pocono se despidió del calendario en 2019. Así, hoy tenemos un calendario en el que Indianapolis es el único Superspeedway y la única carrera de 500 millas.
Es cierto que el pack racing que se vio en Fontana fue, probablemente, demasiado peligroso. Así como también es un hecho que los óvalos cortos proporcionan mejores carreras desde que se estrenó el nuevo kit aerodinámico en 2018. La IndyCar avanza, y no deja de ser una de las categorías más emocionantes del mundo, si no la que más; no obstante, carreras como las 500 Millas de Fontana no he vuelto a ver ninguna, y no sé si se volverá a dar algo de tal magnitud. Una carrera que todo aficionado al motor debe ver.