Tras un año complicado y convulso para los pilotos y dirección de carrera, la imagen del Director de Carrera queda cuestionada.
La pugna por el título este año ha sido intensa, prácticamente la podríamos catalogar de multinivel, ya que no solo ha sido una lid en pista, si no que desde el ámbito estratégico hasta el tecnológico, Mercedes y Red Bull, Hamilton y Verstappen, han llevado al límite de su capacidad una pelea que no ha dejado a nadie indiferente.
En medio de toda esta lucha, prácticamente encarnizada, tanto por encumbrar por primera vez a Max o proyectar la leyenda de Sir Lewis Hamilton hacia el infinito, una pieza clave se sumó al tablero, y no es otra que la de Dirección de Carrera, ese entramado de comisarios, temporales y permanentes, cuya cabeza visible es Michael Masi.
Un Masi que, si bien es entendible y loable su labor, tras tener un relevo tan inesperado y abrupto al fallecer Whiting, nunca ha dado la sensación de ser el perfil necesario para gobernar la F1 (principal categoría automovilística del planeta), en la cual no siempre es válido tener un gen negociador, si no que se ha echado de menos una imposición mayor de autoridad y sobre todo, más consistencia y coherencia en las decisiones.
Aplicando, sobre todo al principio, un modelo NASCAR, consistente en interrumpir la carrera por incidentes no muy graves en búsqueda de una mayor emoción, se ganó el respeto (o al menos la aclamación del respetable), algo que se diluyó rápidamente cuando se vio inmerso en una vorágine de decisiones incoherentes y sobre todo, faltas de consistencia ya que una acción del mismo calibre tenía dos resoluciones distintas… ¡en el mismo fin de semana!
En mi opinión, se ha de agradecer la labor de Masi pero, otro campeonato así, y quizás con más actores entrando en liza por el título (como en 2012), necesitará de un director de orquesta con más autoridad, rigor y consistencia.