Nigel Mansell fue un piloto todoterreno. De origen humilde, logró triunfar en Fórmula 1 e IndyCar, sirviendo también como policía voluntario. Todo corazón, talento y arrojo, convivió con los más grandes del automovilismo, siendo uno de ellos.

UN GRANDE ENTRE LOS GRANDES

Tal vez no fuera el piloto con más victorias, con más campeonatos, tal vez no fuera el personaje más educado, o con más glamour… pero Il Leone no dejaba indiferente a nadie. Nigel Mansell es uno de esos nombres indispensables para entender la Fórmula 1 pre-Michael Schumacher, esa en la que el culto al cuerpo aún no se había impuesto, en la cual Ferrari acumulaba, como hoy en día, guerra civil tras guerra civil, y en la que Williams y McLaren marcaban el paso de la categoría reina del automovilismo.

Senna, Prost, Mansell y Piquet

Desde su debut en 1980, tuvo como rivales a algunos de los apellidos más ilustres de la Fórmula 1. Cosechar 31 victorias coincidiendo con mitos como Senna, Prost, Lauda, Piquet, Rosberg o Schumacher, da solera a un palmarés alumbrado por un campeonato mundial, arropado por el ultratécnológico FW14B, que se impuso aquel año a todos sus rivales.

Pero centrar el tiro sobre su triunfo en 1992 sería un error, puesto que el piloto británico estuvo cerca de conquistar otros dos campeonatos. El de 1986 quedaría en manos de Alain Prost, tras las fraticidas luchas libradas en Williams, con la tragedia del accidente de Frank Williams de fondo. Aquella situación que dejó a expensas de Patrick Head la anárquica gestión de equipo entre Mansell y Piquet, siendo el brasileño contrincante del inglés en 1987, título que lograría el carioca esa temporada. Ya saben, cuando no está el gato, los ratones bailan.

UNA IMAGEN CON PERSONALIDAD

La debilidad que he sentido desde pequeño por éste piloto está justificada. El carácter indomable de Mansell y ese bigote siempre me recordaron a mi padre. Un granadino y un british showman pueden tener poco que ver, pero ambos marcaron la pasión que he sentido siempre por los coches. Que mi padre me construyese un kart, me subiese a un Seat Panda con 12 años, o me animase a construir una autocaravana partiendo de un camión de reparto tiene mucho que ver con el arrojo de Mansell.

Mi padre también tenía bigote y estaba entradito en carnes. Sólo le faltó lo de piloto, pero la pasión por los coches sí me la transmitió desde pequeño. Con 9 años ya tuve en casa mi volante para comenzar a trastear los primeros simuladores para ordenador a finales de los años 90’. Tuve su aprobación cuando decidí a comprar mi primera moto con 15 años y para llevarme con mis amigos aquella autocaravana que reformamos juntos, recién sacado el carnet. Hecho que le acarreó más de una discusión conyugal.

Si mi progenitor pasó un verano convulso por su permisividad, el estío de Mansell en 1992 no iba a quedar lejos. Con el título en el bolsillo, Frank Williams ya pensaba en la próxima temporada y en cómo fichar a un Alain Prost que, tras su despido de Ferrari, se había tomado un año sabático. El fichaje del piloto francés y el ofrecimiento “gratis” de Senna hacia Williams hicieron que el mercado de pilotos se rompiese. Aprovechando la coyuntura, Sir Frank propuso a Mansell no solo no renovar al alza, si no hacerlo a la mitad.

CRUZANDO EL CHARCO Y DESPEDIDA

Mansell con su Newman/Haas Racing

Ni Senna llegó a Williams (por el veto de Prost), ni Mansell estaba por aceptar las pretensiones de su jefe. Il Leone tiró por la calle de enmedio. Tras una tormentosa rueda de prensa en Monza, marchó a Estados Unidos para hacer las Américas. Y vaya si las hizo. Debut con pole y victoria en la CART, en el callejero circuito australiano de Surfers Paradise. Cuatro triunfos más y un tercer puesto en Indy500 le otorgaron campeonato de pilotos. Veni, vedi, vici.

Su segunda temporada en Estados Unidos y la posterior retirada de la competición no estuvieron a la altura del mito. La huella dejada, eso sí, era ya imborrable. Hay finales mejores que otros, y las despedidas nunca son agradables. Nadie termina de marcharse mientras las hazañas que protagonizó sigan vigentes en el imaginario de las personas. Es por eso que aún hoy, cinco años después del fallecimiento de mi padre, sigo teniéndolo tan presente como siempre. Como un piloto luchador, como un Mansell intentando adelantar a Senna en Mónaco 92’, intentando hacer posible lo imposible.