El Gran Premio de Brasil 2012 fue testigo de uno de los mejores finales de temporada de la última década. Tras un año en el que 8 pilotos alcanzaron al menos un triunfo, el campeonato se decidió entre Sebastian Vettel y Fernando Alonso en una caótica carrera en Interlagos.
En “El Baúl de FR” estamos repasando las carreras históricas que a nosotros, los redactores, más nos hayan marcado. En el caso de este servidor, no he encontrado mejor candidato que el Gran Premio de Brasil 2012, un auténtico espectáculo que, a lo largo de los años, he revivido en casi una decena de ocasiones.
No cabe duda de que en 2019 presenciamos la que fue, sin duda, la carrera más caótica e impredecible de los últimos años. Hablo del Gran Premio de Alemania, en el que la lluvia jugó un papel fundamental para el show, pero la cita brasileña -también condicionada por la meteorología cambiante- se lleva el premio gordo por el contexto en el que se disputó.
Después de disputarse 19 Grandes Premios y haber disfrutado de un campeonato realmente reñido -sobre todo en su primera mitad-, la temporada 2012 llegaba a su fin el 25 de noviembre en el Autódromo José Carlos Pace. Esta cita iba a tener varios alicientes: la despedida de varios pilotos, como Michael Schumacher y Pedro de la Rosa, la previsión de lluvia para el domingo y, sobre todo, la lucha por el título.
Sebastian Vettel aterrizaba en Interlagos como líder del Mundial con una sólida ventaja de 15 puntos sobre el único aspirante con opciones: Fernando Alonso. Uno de los dos iba a igualar a Ayrton Senna y Niki Lauda -entre otros ilustres nombres del “Gran Circo”- y, aunque todo apuntaba a que sería un paseo para el alemán, las cosas se le torcieron desde los primeros momentos.
El piloto de Ferrari partía desde la séptima posición, por un cuarto puesto del de Red Bull, quien no estaba acostumbrado a arrancar desde tan atrás. Víctima de la presión, Vettel perdía varios puestos en la salida y era embestido en la curva 4, mientras Alonso escalaba al tercer lugar en apenas un giro.
El panorama había cambiado por completo: el líder del Mundial, último y con importantes daños en la zona de los escapes; el aspirante, en zona de podio y cumpliendo la ecuación necesaria para continuar con opciones. Debo reconocer que más de uno pegó un buen salto del sofá, pero pobre ingenuo: el caos no había hecho más que empezar…
Fueron incontables las ocasiones en las que la lluvia iba y venía durante las 71 vueltas que duró el Gran Premio, así como las veces en las que los pilotos pasaban por el pit-lane para cambiar de neumáticos. Con errores de los dos principales protagonistas -y también de sus escuderos-, la clasificación general era testigo de un curioso baile de posiciones.
Durante la hora y tres cuartos que duró la carrera, presenciamos seis abandonos e imágenes para el recuerdo, como la de un desorientado Kimi Räikkönen conduciendo por la pista antigua de Interlagos y la lucha por el liderato entre los McLaren y un desatado Nico Hülkenberg.
Finalmente, entre idas y venidas de la lluvia, dos coches de seguridad desplegados y un final de temporada de película, el milagro no pudo ser posible: los Ferrari cruzaron la meta en segunda y tercera posición, con Fernando Alonso a la cabeza, mientras Sebastian Vettel pasaba sexto, resultado suficiente para coronarse tricampeón por apenas tres puntos sobre su más inmediato perseguidor.